IMPLICANCIAS DE LA CARTA ASTRAL
- thunderwitch13
- 30 nov 2022
- 4 Min. de lectura

El autoconocimiento es uno de los motores más fuertes a la hora de preguntarnos por nuestros códigos natales. Muchxs fantasean con saber algo de ellxs que aún no saben, a veces creyendo que les astrólogxs les dirá quiénes son con más claridad que lo que ellxs pueden definir, o incluso aventurará predicciones y consejos sobre qué les conviene hacer según sus energías natales.
Por definición, el camino del autoconocimiento es escabroso. Para empezar, porque no es posible saber, antes de comenzar, con qué vamos a encontrarnos. Para seguir, porque lo que encontremos tiene motivos para estar oculto. Desenterrar los aspectos de nosotrxs mismxs que no están a nuestra vista probablemente desestabilice la estructura que sostiene todo nuestro edificio: el yo.
Pasamos años de nuestra vida construyendo un avatar con el cual (creemos que) nos relacionamos con el mundo. Ese personaje que construimos es sólido: se apoya en todas las experiencias que vivimos y nos aportaron un archivo de reacciones, sensaciones, reflexiones y pensamientos que sentimos coherentes con quienes somos. El ser que soy es este que reacciona de tal manera a tales situaciones, que teme determinadas cosas y anhela ciertas otras. El yo es la máscara más potente (y velada) que tenemos para vincularnos con lo impresionantemente transformador que es la experiencia humana. Creemos que funciona como puente, pero la mayor parte del tiempo es un escudo. Una vez que llegamos a definirnos, nos enamoramos de esa autoimagen y la defendemos con uñas y dientes porque creemos que es la realidad. Como seres canceriano-leoninxs, la autoimagen nos encandila. Compramos los brillos que nos vendemos y los pulimos a diario, los protegemos con coreografías que aprendimos porque resultaron exitosas para que esa idea que construimos se mantenga intacta. Vivimos enmascarados sin siquiera saberlo. Desde esa máscara, deseamos, hacemos, crecemos y pretendemos vincularnos. Es ahí, en el clímax de la autoconstrucción y el relato, donde la experiencia puede empezar a hacer lo suyo. Guiadxs por nuestro deseo consciente, nos embarcamos en proyectos que nos ponen en contacto con situaciones que escalan en sentidos que no esperábamos, y en el imprevisto descubrimos que podemos ser manipuladores, soberbixs, tiranxs, blandxs, sensibles, vulnerables, y no lo sabíamos. La experiencia potencialmente agrieta al yo y permite que lo que estaba pulsando por salir emerja y nos desconfirme, nos cuente algo de nosotrxs que pica, raspa, inquieta. Puede ser desesperante. Descubrirnos en reacciones que desacreditan totalmente lo que creíamos ser roza con la locura. ¿Quién hizo eso si no fue el yo que conozco? Es ahí donde ese ser que somos puede empezar a sospechar de sí mismo y preguntarse si hay en realidad algo más pulsando dentro de nosotrxs. Es ahí donde el héroe o la heroína que protagoniza nuestros relatos biográficos se puede embarcar en caminos que les llevarán potencialmente a un agrietamiento.
Nuestra voluntad de saber más de quienes somos nos lleva a esa búsqueda, pero en el camino nos enteramos de que lo que descubrimos puede desestabilizarnos. El sendero del autodescubrimiento nos lleva hasta una frontera que está custodiada fuertemente por el narcisismo. Cruzarla es a riesgo de que caiga la estructura que creemos que sostiene nuestra supervivencia. Para atrevernos a seguir en ese viaje, necesitamos un cambio de libido. Lo que se enamoró necesita desencantarse. Es necesario desilusionarnos profundamente, dejar que caigan los velos de nuestra identidad, que podamos verle las arrugas, las grietas y las durezas. Es con dolor por el fin del cuento que podemos seguir en la búsqueda. Y en esa bisagra puede emerger el amor por la experiencia como invitación a dejarnos atravesar. El derrotero es transformador, pero no de la manera que imaginamos.
En mi experiencia, es imposible atravesar esos umbrales de desconfirmación sin ayuda. En la niebla de la transformación, necesitamos faros, herramientas que nos ayuden a procesar lo que se está descubriendo. Otros seres que nos orienten. Lenguajes que nos permitan ponerle algún nombre, aunque sea provisorio, a lo que nos pasa. La astrología hace su aparición entonces como un bastón entre muchos posibles. El mapa del territorio que somos nos da una sensación de sentido que es vital para seguir interesadxs por la búsqueda. Pero ese sentido llega a partir de una incomodidad del yo. La astrología nos empieza a constar cuando nos deja en evidencia. Mientras eso no suceda, queda en mera teoría.
El lenguaje astrológico, cuanto más lo investigamos, más nos desarma. Creo que es muy placentero para lx astrólogx codificar experiencias en términos de mecanismos lunares, aspectos, tránsitos. Si nos dejamos seducir por ese placer, nos engolosinamos con el lenguaje, al punto de llegar a obsesionarnos con tablas de orbes y previsiones de ciclos. Entender la experiencia humana en términos de código astrológico es tentador y gratificante. También, nos guste o no, inflama el ego de quienes tenemos a mano la herramienta traductora. El viaje por el territorio de la propia existencia se hace casi turístico con el mapa de la astrología. Y en ese tour, pierde un poco de su potencia. Podemos llegar a hablar de luz y sombra sin contacto con la grieta desconfirmante que es encontrarnos con aquello de nosotrxs que estaba oculto, esperando ser develado, y que el yo cuidaba (sin que lo supiéramos) para evitar agrietarse. Para que la astrología siga pulsando en cada unx de nosotrxs, es necesario que nos enamoremos de ese ardor inquietante que es dejar que la astrología nos desnude, que deje a la vista lo que estábamos escondiendo, sobre todo aquello que no sabíamos que escondíamos. Solo así, desde el amor por la inquietud transformadora, el lenguaje puede pulsar a través nuestro. Solo desde el escozor de decirle a unx consultante algo que a la vez nos está exponiendo a nosotrxs podemos realmente ser compañeros en la ruta desconcertante que es ser lxs que construimos buscando lo que somos.
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